EL CHUPETE DIGITAL

SEBASTIÁN GARCÍA
6 min readSep 19, 2020

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“El dilema de las redes sociales”, el documental de Netflix del que todo el mundo habla, aborda los peligros a los que estamos expuestos en la era de la hiperconectividad. ¿Somos ratas de laboratorio?

Por @Tr3sEmpanadas

En los Estados Unidos, en tiempos de esclavitud, a los prisioneros recién llegados a las plantaciones de algodón se les colocaba una bola de hierro amarrada a la pierna con un grillete y una cadena para que no pudieran escaparse corriendo a campo traviesa. A esa bola de hierro los amos la llamaban blackberry, por su parecido con la fruta.

La esclavitud fue abolida por el presidente Abraham Lincoln en 1863, en plena Guerra de Secesión, pero las blackberry volvieron aproximadamente un siglo y medio más tarde, esta vez en forma de teléfono inteligente y con un teclado físico alfanumérico. Toda una novedad en aquel momento.

El nombre BlackBerry parecía estar sugiriéndonos algo, pero casi nadie le dio demasiada importancia. Y, se sabe, el que avisa no traiciona. Poco después, los Android y los iPhones fueron copando el mercado de dispositivos móviles y terminaron colonizando el mundo.

A diferencia de sus antecesores, los smartphones tienen la particularidad de permitirnos estar conectados a Internet las 24 horas del día y poder navegar, chequear mails, postear fotos y videos en Facebook, Twitter o Instagram desde cualquier lugar donde nos encontremos, hacer búsquedas en Google, pedir comida a domicilio, conseguir trabajo en LinkedIn, y un montón de funcionalidades más.

Podríamos armar una lista enorme con las ventajas que nos da tener un dispositivo móvil en el bolsillo y lo útiles que resultan para la vida cotidiana. Sin embargo, desde hace algo más que un quinquenio, varios sociólogos, psicólogos, tecnólogos y profesionales en el ámbito de la neurociencia vienen advirtiendo acerca del peligro que supone el uso excesivo de las pantallas: ansiedad, estrés, malhumor, angustia, depresión, envidia, baja autoestima, alteraciones del sueño y sensación de soledad, por nombrar solo algunos de sus efectos colaterales.

El documental “The social dilemma” —dirigido por Jeff Orlowski y estrenado en Netflix el 9 de septiembre último— aborda todas estas problemáticas, que no son nuevas. Quizás la novedad recaiga en que el relato se constituye a partir de testimonios de ex empleados de Google, Facebook, Twitter, Instagram y Pinterest. Es decir, algunos de los que contribuyeron a la gestación del Frankenstein.

Uno de estos arrepentidos es Tristan Harris, ex diseñador ético de Google y co-fundador del Centro para una Tecnología Humana.

“Hay una frase muy famosa: ‘Si no pagas por el producto, entonces tú eres el producto’. Mucha gente piensa que Google es solo un buscador y Facebook un lugar para ver fotos de sus amigos, pero no se dan cuenta que estas empresas compiten por su atención”, explica Harris, refiriéndose al modelo de negocio adoptado por los dos gigantes tecnológicos, que consiste básicamente en cautivar a sus usuarios y hacer todo lo posible para retenerlos frente a los dispositivos con el único fin de maximizar sus ganancias a partir de los ingresos por la venta de publicidad.

“Del otro lado de la pantalla es como si tuvieran un avatar de nosotros mismos, un muñeco vudú. Todas nuestras acciones, todos los clics, todos los videos, todos los me gusta… Toda esa información se registra, se mide y se integra para construir un modelo más preciso, y una vez que tienen este modelo pueden predecir lo que la persona hará, qué videos verá. El algoritmo sabe qué emociones causan efecto en ti”, agrega el ex empleado de Google.

En el Laboratorio de Tecnología Persuasiva de la Universidad de Stanford, ubicada en Sillicon Valley, donde tienen su sede las más grandes firmas tecnológicas del mundo, enseñan a usar los conocimientos sobre la persuasión en humanos y la psicología conductual para luego convertirlos en tecnología.

“La tecnología persuasiva es un diseño aplicado al extremo con la intención de modificar el comportamiento de las personas. Por ejemplo, el hecho de que deslices tu dedo en la pantalla infinitamente funciona como las máquinas tragamonedas de Las Vegas. No sabes si obtendrás algo ni cuándo lo obtendrás, pero igual juegas en esa máquina para ver qué obtienes. Eso no es por accidente, es una técnica diseñada”, asegura Harris.

Pero, ¿cómo hacen estas compañías para retenernos la mayor cantidad de tiempo frente a la pantalla? Muy simple. Golpeándonos con una dosis de dopamina a cada rato a través de sus famosas notificaciones.

La dopamina es un neurotransmisor que determina nuestra motivación para acceder a la comida, el agua, la interacción social y el apareamiento. Es decir, todo lo que la especie humana necesita para no extinguirse. Fuimos biológicamente diseñados para eso. Pero las drogas adictivas y los estímulos generados por factores externos como comprar algo que nos gusta u obtener recompensas económicas o sociales también producen una gran liberación de dopamina en el campo de la recompensa. Eso explica la sensación de bienestar que generan los likes o la falsa popularidad que supone tener muchos seguidores.

En un video de una charla TEDx publicado hace unos años en YouTube, el tecnólogo argentino Santiago Bilinkis explica: “Dado que cada uno de nosotros comparte contenido muy poco espontáneo de los momentos más destacados de nuestro día —y convenientemente editado, para que parezca mucho mejor de lo que fue — , cuando después vamos en el colectivo, apretados, aburridos, mirando una red social, resulta inevitable que tengamos la errónea sensación de que somos los únicos que tenemos una vida común, más llena de obligaciones y percances, que de risas y puestas de sol. Es inevitable que la comparación contra estos falsos ideales nos deje desilusionados respecto de nuestra propia vida”.

“Los me gusta y la cantidad de seguidores son la moneda con la que hoy se comercia la aceptación social. Como resultado, empezamos a vivir la vida para mostrarla, no para disfrutarla. Ese es el pantano narcisista en el que las redes nos metieron y del que, curiosamente, no queremos salir”, resume Bilinkis.

En síntesis, las redes sociales fueron concebidas para optimizar la conexión entre seres humanos. Quienes están detrás de estos diseños tecnológicos saben muy bien el potencial adictivo que tienen, pero igualmente lo explotan al máximo para poder ganar más dinero.

CUANDO LA MENTIRA ES LA VERDAD

Otro de los peligros que se esconden detrás de las pantallas es la capacidad de polarización, radicalización y viralización de noticias falsas o teorías conspirativas tales como el terraplanismo, o las que impulsan el movimiento antivacunas o los negacionistas del COVID-19.

La génesis de estos fenómenos podemos encontrarla en el hecho de que, al realizar una búsqueda en Google o al ingresar al feed de Facebook, los resultados que nos arrojan las redes no siempre son los mismos. Recibimos combos de información personalizada —dependiendo del lugar donde vivimos y de lo que los algoritmos saben de nosotros— que por lo general reafirma nuestras creencias previas.

El resultado es que cada uno ve una realidad diferente, con sus propias verdades, y eso atenta contra la capacidad de concordar, de razonar, de disentir y hasta de dudar de nuestros propios pensamientos.

“Un estudio de la Universidad de Massachusetts determinó que las noticias falsas en Twitter viajan seis veces más rápido que las noticias reales. Lo del COVID es solo un caso extremo en nuestro ecosistema de información. Las redes sociales aumentan los rumores a tal grado que ya no se sabe qué es real en cualquier tema que nos interese”, sintetiza Harris.

EDUCATE YOURSELF

Ante la ausencia de una legislación que otorgue un marco regulatorio a las redes sociales y a toda la información que circula libremente en Internet, de programas educativos y de campañas de salud que apunten a concientizar acerca de estas problemáticas, lo único que nos queda es tomar recaudos. Incluso cuando vemos documentales como “El dilema de las redes sociales”, ya que Netflix, al igual que los demás gigantes de Silicon Valley, tampoco orina agua bendita. De hecho, cuando le preguntaron a su fundador, Reed Hasting, si su principal competidor era Amazon Prime Video o HBO, el CEO de la mayor plataforma de streaming del mundo respondió: “Cuando te enganchas con una serie, te quedas despierto hasta tarde viendo capítulos. Nuestro verdadero competidor para que la gente siga viéndonos es el sueño”.

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SEBASTIÁN GARCÍA

Periodista desde 1998 / C5N, Baires News, Redacción Política, FOX Sports, Canal 9, Infobae, Sitio Oficial del Club Atlético Boca Juniors, Supergol y Olé.